miércoles, 8 de febrero de 2012

1 de Mayo del 2007


Había una vez una chica que se llamaba Juana. No, se llamaba Susanita. Sí, Susanita. Susanita era una chica muy... No sé. Bueno, en verdad, era bastante... ¿Cómo decirlo? ¡Ella era muy Susanita! O Juana, qué más da. 
Juana lloró cuando nació y lloró cuando la dejaron en el jardín por primera vez. Juana se pintaba los labios a los seis para parecerse a su mamá y lloró siempre que no le compraron helado hasta que cumplió nueve. Y justo cuando los cumplió se preguntó: ¿cómo nacen los bebés? O mas bien, ¿de dónde salen esos petisos? A los diez o a los once decidió que le gustaban los chicos. Una vez, incluso, Susanita jugó al juego de la botella. Cuando tuvo pesadillas, Juana durmió con sus papás. A los trece le parecieron dos viejos y no los quiso obedecer. A los catorce vio cuán diferentes eran los nenes de las nenas en verdad, y quiso pasar todo el tiempo posible con su opuesto. Al ir creciendo, tomó responsabilidades y aceptó la mayoría de sus deberes. Después, vio la importancia que éstos tenían en su vida. A veces se hizo preguntas. A veces, Juana contó las calorías de sus alimentos. A veces Susanita se hizo la desentendida y dejó que las cosas más injustas pasaran como agua debajo del puente. Y finalmente, resolvió sentirse conforme, y sentarse a mirar la vida: ya estaba vieja para cuestionarse cosas. 
Una vez, Susanita se acordó de su prima Soledad. 
Soledad fue a jardín de niños a los dos años y le preguntó a un chico cómo se llamaba. Soledad quiso aprender a leer antes de que le enseñaran. Cuando creció, vio que los varones eran raros y los miró. A los trece tuvo una profunda charla madre e hija. A los catorce obedeció a lo que sus papás le pidieron, y después pidió conocer las razones que ellos tenían para hacerla hacer lo que la hacían hacer. A los quince tiró sus revistas de moda y apagó el televisor. Soledad salió a la calle y observó el mundo. Comprendió cómo se comportan algunas personas y qué buscan en la vida. Soledad quiso ser buena, pero antes quiso ser fuerte, y antes que fuerte fue ella misma. Soledad se tapó los oídos y se escuchó a sí misma cuando hubo que hacerlo. Soledad le dio una oportunidad a aquello que no le ofrecían. Soledad fue libre y fue feliz. 
Susanita, Juana, Fulanita nunca supo cuál era su nombre.