Ésta es la ventana y acá nace y empieza a correr el río de palabras que navego después de construir mi balsa, con el norte en el naufragio. Se me ha dado muy bien el concilio con la idea de que cada vez que abro la boca para decir lo que quiero hacer es una declaración del fracaso de la quimera. Y así sucesivamente por los siglos de los siglos y escribo comiéndome las comas porque en las estructuras que mejor sé ordenar yo me diluyo. Yo me diluí en una taza de té hasta que el contenido heterogéneo de esa taza de té en la que otrora volqué la gota primordial de mi esencia se evapora y se hace uno con el aire pero de pronto. ¡Oh! Mi esencia se reconoce y se distingue del aire y se reúne consigo misma otra vez en una nube. Dentro de lo posible, violeta. Allí, el rumor quedo de la nostalgia de la efervescencia. Alguien grita: "¡Alerta!" Alguien aquí a quien llamo mi primera persona responde que hay un exceso de gente en mi cabeza construyendo edificios, fábricas, hospitales, hostilidades, demencias. Una alfombra de gente sobre el recinto de una ausencia. La imaginación me pega el tubazo justo cuando ya cerré la puerta detrás de mí y pateo la calle dejando atrás la morada; el teléfono desatendí porque acudo deprisa a un compromiso de conversaciones y café. ¡Ah, la hora vespertina en la que el éxito me dice que ponga los pies sobre el ahora y se disfraza de una gorda sonrisa consolidada! Mi gorda sonrisa consolidada se palmea con la espontaneidad y ambas me miran de frente muy tranquilas. He aquí mi intento, pues. De vuelta, siempre termino estando de vuelta.