Después de saludar a la señora blanca menguante, la arquitectura se escondió en una venecita.
Yo te estornudé todas mis pequeñas sinceridades.
Para asegurarme de creer que seguían existiendo los colores, dije que mi patología cenicienta era la paleta que tenía más a mano.
Siempre que descienden noches así me reúno entre mis quinceañeras a sopesar las fuerzas que escatimamos para servirnos el té las unas a las otras. ¡Silencio! Un clavicémbalo de cera se derrite en nuestro corazón.
Ella dijo que en aquella época se sentía como si no tuviera defensas, como un celofán alrededor de un paquete de cigarrillos.