martes, 14 de febrero de 2012

Un garrote para mi ajedrez

Estaba yo sentada frente a una pequeña mesa de madera y la mesa de madera fue la distancia entre M. y yo. ¡Una mesa de madera! Estudié sobre la mesa la posibilidad de germanas montañas mágicas del siglo veinte, y me derivé finalmente a un libro titulado "Matando enanos a garrotazos", mientras M. arrugó la pera en una grave búsqueda de Wally.

"El carnaval de las milanesas extirpó los globos oculares a los bueyes azules. '¡Macho cabrío!', gimió la Mona Lisa y se escapó por el rincón. Escurrióse la cabezona polleruda por una grieta en la pintura y se juntó con su tátaranieta en la asamblea del pueblo a comer carbón. ¡Peludo sería! Peludo sería el embrollo si la criatura brillante que otrora fuera mi plumero manejase un Mercedes Benz. ¡Sofía de las Mercedes! Sirve panqueques a los soldados; la batalla está cansada de cantar en la ducha. "

-¿Podés dejar de mirarme con cara de loca? -increpó M., una vez que la distancia cambió de mesa y mi trabajosa labor de memorizar fielmente las palabras arriba escritas encendió en mí una vehemente demencia. Tarea que, cuando logré, festejé con picardía silenciosa. Picardía que, desde mis ojos hacia los de M., inspiró las palabras que ya dije yo que él dijo. Muy bien.  

Luego de que su ánimo se hubo apaciguado, comentó, en referencia a cierto personaje harto severo que ambos conocemos, que si fuera mozo no querría un cliente así.
Yo, divertida aún mecanografiando imaginaciones en el aire y dispuesta a continuar haciéndolo, decidí poner mi creatividad en espera y escucharlo con cierta seriedad.
La respuesta descendió sobre nosotros con delicadeza (y desconozco si, acaso, M. se enteró). Apuntó con su linterna sobre la cara del personaje harto severo.
"Monstruos que poner en jaque."

La realidad es mágica.
Esto pensé en algún momento previo a que nos retiráramos del bar, pasando por al lado de alguien que había encendido un cigarrillo eléctrico.

"¿Esas sandalias te las compraste en Nueva York? ¿Has visitado la sede de la ONU? ¿Te presentaron al Embajador de los Duendes? (...)"

Continuó maquinando realidades el cerebro mágico. 

Justo entonces, el programa radial de turno. Los guaraníes cortaban el pasto por temor a las serpientes. Esto, en calidad de ilustración de cómo la espesura del follaje es tradicionalmente el nido del miedo. Esto, como teoría que hilvanar para hacernos los agudos ante los radioescuchas, una vez que nuestro invitado del monte misionero nos contó a todos acerca del lobizón y esa otra vieja leyenda popular de que los niños se extravían en el bosque al ser seducidos por la miel que les ofrece un travieso duende dorado.