jueves, 8 de marzo de 2012

Dos señores japoneses han dedicado numerosos años de su vida a estudiar con ahínco la lógica comportamental de un compendio finito de las posibilidades infinitas de interacción entre piedras negras y piedras blancas. La gramática del Universo. Los dos señores japoneses están sentados en silencio, quietos. De saber ambos el mismísimo principio de la cosa, conocen el final. ¡Tiembla el centinela cuando el primer señor levanta el primer dedo para, abierta la puerta, consumar el jugar!

Heme, pues, aquí, aquí heme. Soy el agujero negro en medio de la geografía de los anillos de metal y los renglones carceleros, la tinta lavada y las hojas amarillas por el tiempo. Soy la pelusa que no sabe qué es el Tiempo.
Heme, pues, aquí, aquí heme. La duda engatusa a mi conocimiento y de él sólo queda una prima hermana de labios rojos y bigotes negros  -ésta es la sombra y no es el nombre-. La duda engatusa a mi conocimiento y yo huelo el final de cada uno de mis comienzos. (A la vuelta de la birome hay también otro panfleto en el que la intuición es una noble heroína y el conocimiento es su primo hermano grotesco. Ésta es la sombra del nombre. )

¡Ah, el retorcer de las tripas de la verdad anterior!
¡Un vientre! Supiste ser
una tristeza
escondida y constante de
luz intermitente.

La luciérnaga que cantará:
Mi príncipe gris, mi fantasma azul
me debe un baile y no una explicación.